7 may 2009

REFLEXION


¿Tener accidentes ó ser un accidente?

Miles de jóvenes en Latinoamérica creen que son accidentes. Piensan que por haber sufrido algunos percances y tener experiencias que no quieren ni recordar se han convertido en un accidente total, sus padres lo piensan, sus amigos lo dicen y su soledad interna se los recuerda.

Por dicha razón se puede andar por la vida pensando que todo es producto de una triste casualidad, y viéndose como pieza de un rompecabezas que alguien nunca quiso terminar.

Cuando se tiene esta mentalidad solo se consiguen saldos negativos, se piensa que por haber tenido malas experiencias la tendencia siempre será la misma, y esto dificulta que puedas ver a un Dios deseoso de ayudarte a cambiar tu realidad, de forma que encuentres Su propósito en esta tierra.

Al pensar en momentos amargos y juventud, siempre se me viene a la cabeza la vida de un chico que nos muestra la Biblia llamado José, Dios había colocado en su corazón sueños y tenía para con el un propósito, pero desde su adolescencia su vida fue realmente accidentada, podríamos decir que tenia la peor suerte del mundo: Hermanos que lo intentaron matar por envidia, vendido como esclavo, difamado como violador por una poderosa mujer y por último encarcelado.

En cada “accidente” tomó la decisión de verse como un triunfador a pesar de todo y en medio de esa cárcel llena de ratas y cucarachas su historia da un giro sorprendente y termina siendo el segundo después del rey del imperio más poderoso de su época.

¡Eso si es una vida accidentada de alguien que tenia un increíble propósito!

Te animo a que pienses que los accidentes no definen que tengas ó no un propósito divino en esta tierra. Y que a partir de ahora cada que veas un escollo piensa que es solo una palanca útil para hacer cumplir el sueño de Dios en tu vida.


El dolor y el sufrimiento - Parte 1

I. LA HUIDA DEL DOLOR


Vivimos en una sociedad postmoderna, tópica este, repetido hasta la saciedad. Aunque no sepamos definirla, ni hayamos nunca oído hablar de este tipo de sociedad, todos vivimos inmersos en ella, tanto si nos gusta como si no, tanto si somos conscientes como si no. Una de las características de la cultura postmoderna es el hedonismo. El hedonismo es un estilo de vida caracterizado por una búsqueda activa del placer y una huida, igualmente activa, de todo aquello que pueda producir dolor, sufrimiento o incomodidad. Cuando hablamos de placer o dolor, no sólo nos referimos a placeres o dolores de tipo físico, incluimos igualmente el de tipo emocional o psicológico. También el dolor o el placer espiritual. Toda nuestra sociedad ha caído en una vorágine de perseguir el placer y escapar rabiosamente del dolor. En mayor o menor grado todos somos partícipes de estos rasgos culturales. Valoramos las cosas en función del placer que nos otorgan. Desechamos otras por la incomodidad o dolor que nos puedan producir. Somos indiferentes a muchas otras porque no nos proporcionan ningún tipo de satisfacción o gratificación, bien sea física, emocional o psicológica. Cuando alguien se encuentra rodeado de este ambiente, de este tipo de cultura no es nada difícil que contemplemos el dolor y cualquier tipo de sufrimiento, de nuevo insistimos, sea de tipo físico o psicológico, como el mayor mal o la mayor tragedia que nos pueda acontecer. El sufrimiento es visto como algo horrible, despreciable, espantoso, un intruso en nuestra realidad, un enemigo a batir a cualquier precio. Cuando el dolor y el sufrimiento aparecen la felicidad se quiebra y la frustración y la desesperación se filtran en nuestras vidas. Más y más nuestro mundo está perdiendo no sólo la capacidad de resistir y hacer frente al dolor y al sufrimiento -lo cual, hace más débil y vulnerable a cualquier cultura- sino también la capacidad de ver ningún aspecto positivo o de valor en ambos. El principio del placer, en sus vertientes positiva o negativa, rige tanto en el ámbito consciente como inconsciente muchas de nuestras actuaciones en la vida cotidiana. Como consecuencia, cada vez soportamos peor la contrariedad, la frustración, las expectativas no cumplidas. Se nos hace más y más difícil el poder lidiar contra cualquier oposición a nuestros deseos y nuestra voluntad. II. EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO SON UNA REALIDAD EN LA EXPERIENCIA HUMANA El hedonismo imperante en nuestra cultura choca cotidianamente con la realidad del dolor y el sufrimiento. Ambos son muy reales y muy presentes en la condición humana. Podemos huir el dolor, podemos ignorarlo, podemos levantar todo tipo de murallas y protecciones para que no nos afecte, tal vez incluso podemos tener éxito durante un tiempo más o menos prologando. Sin embargo, es una batalla perdida. La realidad que, a veces, no queremos afrontar ni asumir es que el sufrimiento y el dolor tarde o temprano aparecerán en nuestra vida y nuestra ilusión quedará rota y la realidad impondrá su imperio. El dolor físico y psicológico acechan por doquier. La enfermedad, la muerte, el fracaso, los problemas familiares, profesionales, de relación y, un largo etcétera, se encargan de recordarnos, en mayor o menor medida, que el dolor y el sufrimiento son inseparables de la condición humana. La Biblia, en Génesis 3 nos explica que el pecado es el origen de todo el dolor y el sufrimiento que experimentamos. La caída, nuestra rebelión de Dios produjo la introducción de dolor, el sufrimiento y la muerte en una realidad humana que hasta entonces la desconocía de forma práctica, aunque tuviera un conocimiento teórico de su existencia. Desde la desobediencia de Adán y Eva, dolor y sufrimiento son compañeros inseparables, permanentes de la humanidad. El sufrimiento y el dolor están siempre presentes en la experiencia religiosa. Todas las religiones les atribuyen a ambos un valor positivo. Es interesante que todas las creencias y confesiones lo perciban como un medio de purificación, como un instrumento utilizado por la divinidad, sea esta la que fuere, para moldear y mejorar el carácter de los fieles o seguidores de una determinada creencia. Un rápido vistazo a los personajes bíblicos nos demostrará que el dolor y el sufrimiento estuvieron presentes en la experiencia de mucho, sino todos, ellos. Baste mencionar a Noé, José, Moisés, David, Elías, Jeremías y, casi sin excepción todos los profetas. Ya en el Nuevo Testamento tenemos el testimonio de Esteban, Santiago, Pedro, Juan, Pablo y, naturalmente el propio Señor Jesús que sufrió, padeció y experimentó el dolor de forma totalmente injusta, sin ningún motivo ni razón, "varón de dolores, experimentado en quebrantos" tal y como lo definió de forma profética el mismo Isaías. El ejemplo de Jesús, de los santos hombres de la Biblia, de otros cristianos a lo largo de los siglos -algunos de ellos presentes en nuestras propias comunidades locales- el testimonio de la iglesia cristiana perseguida en la actualidad en tantos países, nos puede llevar a la conclusión de que tal vez el dolor y el sufrimiento es algo que debemos esperar o pensar que pueda formar parte de nuestra experiencia espiritual. Por si alguno estuviera tentado a sustraerse de esta conclusión, tenemos la advertencia clara y explícita de las Sagradas Escrituras en el sentido de que, nuestra vocación y llamamiento como cristianos lleva implícito el dolor y el sufrimiento. Estos forman parte del mismo paquete, del mismo lote que nuestra salvación. Todo ello nos fue dado por el mismo precio. Nos podemos aceptar una cosa sin la otra. No olvidemos, de todos modos, que nuestra salvación ya tuvo que ser obtenida a fuerza de mucho dolor y sufrimiento. Veamos lo que dice al respecto la Biblia: - Si sufrimos [con Cristo] también reinaremos con Él" (2 Timoteo 2:12) - "Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo" (2 Timoteo 2:3) - "Tenemos por bienaventurados a los que sufren" (Santiago 5:11) - "Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él" (Filipenses 1:29) - "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Timoteo 3:12) - "Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello" (1 Pedro 4:16) Nuestros antepasados consideraron un privilegio el poder sufrir por la causa de Cristo. No creo que lo desearan, sin embargo, lo aceptaron con orgullo y de buen grado. Los viejos del lugar nos decían que no era posible tener la corona sin la cruz. Jesús nos decía que estrecho es el camino y la puerta. Todo esto puede sonar como locura para nosotros, los hijos de una sociedad que glorifica el placer y anatemiza el dolor. ¿Cómo suena a nuestros oídos el sentir que es un auténtico privilegio el poder sufrir por Cristo? III. EL PROPÓSITO DEL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO Tratar de encontrar un sentido lógico a la realidad del dolor y el sufrimiento humano siempre ha sido una tarea difícil. De hecho, para muchas personas esta es la piedra de tropiezo que les impide el poder creer en Dios, aceptar su carácter de amor e incluso su propia existencia. Desde personalidades como Sigmund Freud o Aldous Huxley, hasta simples estudiantes y amas de casa han manifestado su imposibilidad de creer en la existencia de un Dios bueno que permite y consiente el mal, el dolor y el sufrimiento. Si hemos de ser sinceros, éste es un problema incluso para los mismos creyentes. Nos resulta difícil reconciliar ambas realidades sin negar la omnipotencia o la bondad de Dios. Tenemos problemas para poder colocar juntos ambos atributos a la luz de la realidad que percibimos. Lo cierto es que el problema del origen del mal sobrepasa las intenciones de este artículo y, por tanto, no vamos a desarrollarlo en este espacio. Baste decir que es imposible encontrar una respuesta teológicamente correcta al problema del mal y el sufrimiento negando cualquiera de los dos atributos de Dios implicados, su bondad y su omnipotencia. Aceptamos, pues, la realidad de que existe el sufrimiento, de que éste es real. La siguiente pregunta que nos podemos hacer es ¿existe algún propósito en el dolor y el sufrimiento? Pensamos que varios. Uno de los propósitos del dolor es la retribución. La Biblia afirma que la paga -la retribución del pecado- es la muerte. Dicho de otro modo, la muerte es lo que todo ser humano, sin excepción, merece por haber pecado. En ocasiones perdemos de vista la increíble gravedad del pecado y al hacerlo no nos damos cuenta de todas las consecuencias que comporta. Todo dolor y sufrimiento es consecuencia del pecado. En muchas oportunidades no es difícil para nosotros identificar el dolor físico o emocional que padecemos con las consecuencias de nuestras conductas. Determinadas enfermedades, pongamos por ejemplo el SIDA o una cirrosis hepática, pueden ser consecuencias de una conducta de pecado. Todo el dolor emocional que un divorcio puede causar, en nosotros mismos y, en terceras personas, puede ser una consecuencia de nuestro pecado. Otro de los propósitos del dolor y el sufrimiento puede ser la disciplina. En las Escrituras, vemos en ocasiones, que los hombres de Dios experimentaron el dolor como disciplina por sus pecados. El libro de Hebreos, en un pasaje interesante e inquietante nos dice: "No desprecies, hijo mío, la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a quien Él ama, y castiga a aquel a quien recibe como hijo. Soportad la disciplina, y así Dios os tratará como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no corrija? Pero si Dios no os corrige, como corrige a todos sus hijos, es que no sois hijos legítimos, sino bastardos…. Pero Dios nos corrige para nuestro verdadero provecho, para hacernos santos como Él. Ciertamente ningún castigo es agradable en el momento de recibirlo, sino que duele; pero si uno aprende la lección, obtiene la paz como premio merecido" (Hebreos 12:7-11) El amor de Dios por nosotros puede moverle a infringirnos un cierto grado de dolor y sufrimiento para llamar nuestra atención hacia la situación de nuestra vida espiritual. Experimentar cierto grado de sufrimiento puede hacernos recapacitar sobre la manera en qué estamos viviendo y nuestro caminar con el Señor. Ciertas experiencias en la vida tienen la capacidad de llevarnos al arrepentimiento, a reconocer nuestro orgullo y autosuficiencia y aceptar nuestra necesidad de Dios. El pasaje que hemos leído nos indica que hacernos participes de su santidad es uno de los propósitos de la disciplina de Dios. A veces, nuestro Señor ha de disciplinar nuestro pecado como única manera de llamar nuestra atención sobre nuestra necesidad de santidad personal. La disuasión es otro de los propósitos del dolor. El dolor, en sus primeras manifestaciones tiene una dimensión saludable y benéfica. Es un cierto nivel de dolor el que nos lleva a visitar al doctor y, en muchas ocasiones, evita sufrimientos posteriores más graves o dañinos. Del mismo modo, la quemadura que puede experimentar un niño al tocar una estufa, tiene el efecto benéfico de disuadirle de jugar con el fuego y evitarle con toda probabilidad daños mucho mayores en el futuro. Ya nos dice el refrán castellano que el gato escaldado, huye del agua. De esta manera, la sabiduría popular, nos expresa el valor disuasivo de una cierta dosis de dolor. El dolor propio, o el dolor visto en otros, hacen que el camino del pecado no sea ni tan fácil, ni tan confortable para el pecador. Si hemos de ser sinceros con nosotros mismos, en muchas ocasiones no pecamos o llevamos a cabo ciertos actos, no por nuestra integridad y santidad, sino más bien por el miedo que nos produce las consecuencias que podría acarrearnos. Hay personas que no roban o matan, no porque sean honradas, sino por el pánico a verse encarcelados. Como este, podríamos encontrar muchos otros ejemplos que nos ayudan a entender el valor disuasivo del dolor y el sufrimiento.